Ana Mendieta

Obras
Biografía

La Habana, Cuba, 1948-1985

 

            Ana Mendieta nació en la ciudad de La Habana en 1948 y pasó sus últimos días en Nueva York, su lugar de residencia junto a su esposo, el escultor y poeta estadounidense Carl Andre. Salió de Cuba a los doce años. Su padre era una figura política en la isla, primero aliada al gobierno de Fidel Castro y luego como opositor. Él y su madre decidieron enviar a Ana y a su hermana de contrabando a los Estados Unidos para que estudiaran en una escuela católica. Durante los años que pasó alejada de su familia, se refugió en la pintura. Más tarde continuó sus estudios en la Universidad de Iowa de la mano de Hans Breder, un artista alemán dedicado al arte performático y videoarte. Con ese espíritu, Mendieta se sumó al juego con estilo propio: mezclando performance, arte corporal, land art, fotografía y video.
            Protagonista de un arte por momentos crudo y violento, hizo de su cuerpo un medio de expresión. Tomó, por ejemplo, elementos del lenguaje del body-art para usar su propio cuerpo desnudo en sus perfomances y obras. En esta línea se destaca la serie Siluetas (1973-1980), para la que plasmó su figura en la tierra, imprimiendo sus contornos sobre una variedad de paisajes e incorporando elementos como el césped, las flores, las ramas y la arcilla, con el objetivo de expresar su imaginario e ideas sobre la creación, la fe y la feminidad. Su obra puede leerse también en clave de una experiencia sobre el dolor que provocan los abusos y la violencia ejercida sobre las mujeres. En sus años como estudiante universitaria llegó a recrear perfomativamente una escena de violación para denunciar estos abusos en los campus universitarios.
            La madrugada del 8 de septiembre de 1985, luego de una pelea con Andre, Mendieta cayó por la ventana y murió al instante. Al día de hoy nadie sabe exactamente lo que pasó. Su esposo fue acusado de homicidio, aunque luego de tres años de juicio fue absuelto. La artista alcanzó notoriedad y reconocimiento después de su muerte violenta. Su obra la convirtió en referente de movimientos y activistas con perspectiva queer y disidente que reivindicaron su figura para subrayar la desigualdad étnica y de género, y denunciar las posiciones machistas en general, y en el mundo del arte en particular. Como mujer migrante, tuvo una mirada crítica acerca de sus orígenes e identidad y tomó consciencia sobre su ascendencia racializada viviendo en los Estados Unidos. Su desarraigo temprano y la imposibilidad de sentirse ciudadana plena en el país adoptivo fueron elementos determinantes en su obra marcada por sentimientos de exilio y pérdida.
            Como conjuros transtemporales, sus creaciones se transforman en un legado que permiten proponer y pensar contemporáneamente un feminismo no hegemónico, donde el cuerpo es un territorio político. O, como señala la socióloga y activista Michelly Aragão, un archivo vivo para fortalecer otros feminismos decoloniales.