Max Gómez Canle
Nacido en Buenos Aires y formado en la Escuela Nacional de Arte “Prilidiano Pueyrredón", la figura que mejor podría describir la relación de Max Gómez Canle con la pintura es la del virtuoso arqueólogo. Una obra hecha de hallazgos y exhumaciones van conformando un gran cuerpo visual, una única serie de partes que se van agregando y complejizando, en episodios que traman relaciones internas, desvíos y continuidades y supervivencias con diversas tradiciones pictóricas.
La carrera de Max Gómez Canle está marcada por la consistencia y profundidad de un trabajo, entendido como la permanente fabricación de un punto de vista. Prodigio en el uso del color y el plano, el artista trabaja en la producción de lo extraño. Desde sus panorámicas marcadas por poliedros hasta la aparición del dorado a la hoja como medio ornamental de expresión, su trabajo se muestra capaz de abrevar en la historia del arte y la visualidad contemporánea como un infinito depósito de restos imaginarios pasibles de ser reelaborados, recontextualizados y mezclados. El resultado es una mirada o, mejor, una ética del mirar. Aunque sus fuentes varían (de los maestros renacentistas a la pintura flamenca, de los fascículos de arte a las referencias surrealistas y metafísicas, de la tradición local de la pintura abstracta a la visualidad digital del presente), su pintura procura siempre desajustar las maneras comunes en que se establece el vínculo entre el ojo y el entorno. Ya sea generando paisajes naturales contaminados por la geometría, vistas aéreas instaladas entre lo humano y lo animal, perspectivas que conjugan los medios técnicos de la alta pintura y la experiencia del gamer, soportes diversos, la piedra, la madera o el lienzo; el trabajo de Gómez Canle está atravesado por una doble corriente: por un lado, por la idea de que la pintura puede alojarlo todo y perder su privilegio simbólico entre los formatos de visibilidad histórica; pero por el otro, la certeza de que hay algo todavía sagrado en el acto de pintar.