Roberto Aizenberg

Obras
Biografía
Entre Ríos, Argentina, 1928 - Buenos Aires, Argentina 1996
 
            Discípulo predilecto del pintor Juan Batlle Planas, Roberto Aizenberg se formó bajo los efectos de su inquietante imaginario. Cultor tardío del surrealismo, su prédica artística se desarrolló a contramano de las tendencias de su tiempo, volcadas hacia la abstracción, el arte concreto y el informalismo pictórico. Por el contrario, el artista entrerriano optó por persistir en una línea de trabajo cuya atención se fijó en la tarea de explorar las dimensiones alucinatorias de su época. Esta excentricidad lo llevó, no a ejecutar plenamente y sin matices el programa estético de André Bretón y sus seguidores, sino a atravesar con su sensibilidad el conjunto de problemas que el surrealismo puso en circulación: el mundo psíquico, la exploración de lo inconsciente, los dictados del pensamiento, la atención a los estados laterales de la conciencia, la liberación del azar como fuerza generadora.
            Así, los motivos y procedimientos de la vanguardia emergen en sus trabajos levemente intelectualizados, puestos a distancia y traducidos gráficamente en géneros reconocibles. De hecho, el automatismo de sus motivos proviene de una disciplina artística muy meditada, una aplicación que comienza por el dibujo hasta lograr los ajustes necesarios en la imagen final. Esta, resultado de un proceso de ascetismo y de depuración técnica, desecha la seducción de lo interior para abrirse a la representación del espacio. Su pintura es precisa, acabada, dotada de una economía que elimina lo accesorio e invita a reflexionar sobre el acto de mirar.
            De este modo, sus grandes obras como El incendio en el colegio jasidista de Minsk, 1713, o Padre e hijo contemplando la sombra de un día proceden de la reelaboración de restos oníricos, recuerdos íntimos o intuiciones visionarias. Sus escenas parecen suspendidas en el tiempo, los personajes (si los hay) se sumen en una quietud ancestral, los cielos se abren extensos y límpidos. El refinamiento de sus composiciones convoca al período metafísico de la pintura de Giorgio De Chirico. En ellas vemos desplegarse tres elementos constructivos que fundan su práctica: el espacio, la luz y la arquitectura. El resultado es un territorio limítrofe entre el sueño y la vigilia, entre el mundo exterior y el mundo interior, entre la abstracción y la figuración, entre el borramiento de lo humano y su necesaria presencia. En este espacio se emplazan las construcciones de Aizenberg, ni antiguas, ni modernas, neutras, ortogonales, vacías, sin ornamentos ni detalles, pero siempre inauditas, destiladas de la silenciosa atmósfera que produce su pintura.