Tomás Espina

Obras
Biografía

Buenos Aires, Argentina, 1975

            Hay algo en común en las obras de Tomás Espina: la búsqueda de una huella, de un rastro. En algunos casos la marca es intencional. Cuando trabaja con pólvora, busca mostrar el efecto de un accidente y al mismo tiempo de que alguien pasó por ahí y quemó superficies: la esquina de una habitación, un techo, lienzos. En el caso de
Haití, la instalación de cientos de cabezas de terracota con apariencia “precolombina” que remiten a las exposiciones de los museos etnográficos, la intención está en representar lo oculto, aquello que no se quiere ver. Haití no es solo un nombre sino el primer país independiente del continente al que, como define, Occidente no ha dado tregua. Ahí reside todo lo que no se quiere ser: salvaje, primitivo, chamánico. Pero además, Haití suena como ¡ay, ti!, ¡ay de ti! Es el otro que duele.

            Las interpretaciones complejas de los fenómenos sociales son un sello en su trabajo. La primera obra que mostró al público fue una reinterpretación de la famosa creación de Ernesto de la Cárcova Sin Pan y Sin Trabajo. En plena crisis de 2001, eligió colocarse en el lugar de la mujer y no del obrero impotente que rechinaba con fuerza. Frente a un afuera que le resultaba totalmente desconocido, se refugió dentro de la pintura y se autorepresentó como un personaje desvalido y a su vez más receptivo. El resultado es una reproducción dibujada con carbonilla sobre una pared de su estudio y luego fotografiada. Tomás aparece desnudo en el lugar de la mujer. Su mirada sobre el obrero actualiza las preguntas por las injusticias que aún hoy se mantienen activas.

            Quizá algo de esto -o todo- sea consecuencia de su origen que se revela en su acento: una madre chilena, un padre argentino y múltiples mudanzas. Primero, el exilio en México, luego, el paso por Mozambique y, finalmente, el regreso a los quince años a la Argentina para estudiar arte. Ya en ese momento tenía muy clara su vocación, quería ser artista. Pero los profesores del colegio secundario a fines de los 80 aconsejaban estudiar publicidad o diseño para poder “vivir de eso”. Sin embargo, nunca fue bueno para la venta, ni siquiera para la de su propio trabajo.

            A pesar de ser uno de los referentes del arte contemporáneo argentino, en parte por el uso de elementos con alto grado de inestabilidad -pólvora, hollín, humo y carbonilla-, siempre se consideró un pintor frustrado. Y sin embargo no siente el peso de presentarse como artista. Dice que recuerda el momento exacto, en la esquina de Pueyrredón y Córdoba, en que asumió su rol. ¿Por qué no decir que soy artista? Nadie te va a pedir pruebas, pensó. Desde ese momento exhibe su profesión hasta en los formularios de los aviones. Pero hay límites que recorta con cuidado. Para él, ser artista implica no bastardear el trabajo propio cuando la obra es a pedido. Como parte de una generación post 2001 marcada por la crisis social, política y económica, y a la vez muy efervescente en la producción artística, reconoce un proceso de profesionalización de las artes plásticas que exige tener conciencia para no correr el riesgo que lo arruinaría todo: perder la voz propia.

 

Noticias
Blog