Guillermo Kuitca
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El beso en Odesa, 1984
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Kristallnacht II, 1993
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Nadie olvida nada [Nobody forgets anything], 1982
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Nadie olvida nada [Nobody forgets anything], 1982
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Nadie olvida nada [Nobody forgets anything], 1982
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Nadie olvida nada [Nobody forgets anything], 1982
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Nadie olvida nada [Nobody forgets anything], 1982
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Nadie olvida nada [Nobody forgets anything], 1982
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Sin Título (Planta Roja) [Untitled (Red Plant)], 1988
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Strasbourg, 1991
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Tres días [Three days], 1986
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Untitled, 2015
Buenos Aires, Argentina, 1961
Guillermo Kuitca es una excepción en el mundo del arte. En 1974, con solo trece años, realizó su primera muestra y desde ese momento nunca dejó de mirar y comprender el mundo a través de la pintura. Para él, su trabajo es un juego constante entre la intuición y la reflexión. Incentivado por sus padres, estudió bellas artes en Buenos Aires durante diez años, pero luego amplió su repertorio de técnicas y expresiones artísticas. El teatro, la danza, el cine, la arquitectura y también la filosofía pasaron a ser parte de sus obras.
En 1980 conoció el teatro de Pina Bausch y ese encuentro cambió el enfoque y el contenido de su arte. La visita de la bailarina que revolucionó la danza moderna a la ciudad de Buenos Aires fue central. Su performance tuvo un gran impacto en Kuitca y con apenas diecinueve años viajó a Alemania para trabajar con ella. Ya de nuevo en Argentina, experimentó con el teatro. “Nadie Olvida Nada” surgió primero en ese lenguaje y luego como una serie de cuadros en los que se representan siluetas humanas en diversos espacios con vista a la nada. Para él, esta época es un momento de transición en el que busca abandonar la figura humana para encontrar la potencia en los objetos. Una silla tirada o una cama despojada, elementos fáciles de representar y que a su vez pueden ser la base de muchas de las experiencias humanas más importantes: el sexo, el sueño, nacer o morir. Como dijo alguna vez, la cama “es todo ese arco de cosas, y al mismo tiempo, si no fuera ninguna de esas, sería una plataforma que es un rectángulo y cuatro rayitas”.
Los planos arquitectónicos, o la planta, como la llama Kuitca, son una forma que se repite a lo largo del tiempo, una figura que representa la familia tipo de clase media argentina, pero que en su obra se vuelve dramática al asociarla a jeringas, huesos o manchas de piel. Un plano puede representar un hogar, pero también una casa infectada con SIDA. En esta época, el sujeto es reemplazado por algún elemento doméstico: “es mucho más fuerte una silla tirada que una figura tirada, es mucho más fuerte un cuarto desordenado que un personaje peleándose con otro”, señala Kuitca. Y nuevamente, en la década del ‘90, la pintura se vuelve más distante, un zoom out que nos aleja de la escala humana para tornarla cada vez más extraña. Si primero la figura humana fue reemplazada por la planta, luego lo será por mapas de ciudades, mapas que reinventan territorios. A veces recuerdan a los planos para turistas, otras irrumpen con conflictos remotos como Afganistán, un mundo que existe más allá de su obra, pero que es capaz de transformarlo.
A pesar de su trascendencia internacional, Kuitca es escéptico sobre ciertos aspectos de su obra y su carrera; pero de lo que no duda es de su trabajo docente. Su apellido es sinónimo de beca. Por su programa de formación pasaron decenas de artistas argentinos. Tal vez, en un principio, era un modo de mantener su vínculo con Buenos Aires, pero con el correr de los años se convirtió en una institución con sello propio. Lejos de las residencias que, como expresó en alguna ocasión, se volvieron una forma de turismo y ansiedad social por saber quiénes participan, Kuitca fomenta un modo de trabajo que genera una estructura diferente: no es la estrella que entra sorpresivamente para hacer breves intervenciones y dejar una estela de genialidad y misterio, sino que el intercambio cotidiano con quienes trabaja lo vuelven una presencia familiar y recurrente. Ese espacio fue y sigue siendo un espacio de enseñanza, pero también el lugar donde crece como artista.
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