Marcia Schvartz

Obras
Biografía

Buenos Aires, Argentina, 1955

 

           Entre los artistas argentinos contemporáneos, Marcia Schvartz tal vez sea una de las que más reivindica el trabajo de la pintura como un oficio clásico. Su obra es testimonio de una labor asociada a la observación, al sentimiento y el pensamiento. “El arte es algo típicamente humano y somos humanos por el ensamblaje entre la mano, el ojo y la mente”, sostiene Marcia. 

           Educada desde niña en talleres de pintura, con un paso fugaz por la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, reconoce a su maestra en la grabadora, dibujante y ceramista Aída Carballo. Sensible a la generación de la década de 1970, vinculada con la experimentación estética y política que la llevó al exilio en Barcelona, su identidad como pintora se vincula al clima contracultural de la ciudad de Buenos Aires de la posdictadura. Sus retratos de personajes de la noche, sus rostros del submundo silencioso de bares, sótanos y artistas underground en Barcelona y Buenos Aires le dieron una marca personal. 

           El espíritu barrial y los espacios marginales inundan sus obras.  Los hombres solitarios, como en El Ramón (1981) o en El baño del morocho (1989), pero también  personas de la calle, los vecinos de una villa de Buenos Aires, trabajadores, ancianos, trans o mujeres indígenas. Son mundos que aparecen en escenas cotidianas y en objetos para representar ternura, erotismo y furia. Salir de su espacio es un aspecto crucial en Marcia Schvartz. Odia los viajes, pero su trabajo está marcado por un permanente salirse de lugar, que busca el límite como alternativa a lo que ella denomina el círculo de un arte que se produce en un mundo cerrado sobre sí mismo.

           En su trabajo hay siempre un riesgo que parece ser acogedor y una delicadeza que es al mismo tiempo violencia, y lo expresa en técnicas variadas como el grabado, la serigrafía, la cerámica y la pintura, y con materiales no convencionales como pigmentos, brillantinas, brea, resinas, cactus, arpilleras, lanas, rocas. El pintor es para Marcia un canal, una interfaz con las voces del entorno. En muchas oportunidades insiste en que detrás del trabajo artístico están las voces de los vivos y de los muertos: “Los chamanes eran todos pintores, artistas. Esto es una cosa seria”.

     Se podría decir que Marcia Schvartz va a contracorriente, defendiendo la autenticidad, en tensión con la mercantilización, con la banalización y la desarticulación de una concepción integrada del acto creativo. “Soy una pintora, no una artista” o “Todos somos hijos de la gran historia del arte” son frases que muestran su defensa de una mirada clásica de las bellas artes, que es, además, una reivindicación de la experiencia vital que ella misma resume: “miro, pienso, siento, pinto”.