Liliana Porter

Obras
Biografía
Buenos Aires, Argentina, 1941
 
            Desde sus primeras exhibiciones en la década de los sesenta hasta el presente, el trabajo de Liliana Porter ha conseguido fundar un mundo propio, reconocible y sutil. Formada en la Escuela Nacional Manuel Belgrano y en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, encontró en la sintaxis instalativa un laboratorio ficcional sofisticado. Cada uno de sus trabajos supone una atención al detalle y destila una delicadeza formal que se ha convertido en una marca estilística. Su producción ha recorrido las salas de museos, galerías y bienales internacionales y forma parte de las colecciones más importantes de arte contemporáneo, poblándolas de pequeñas trampas sensoriales, de paradojas perceptivas, de pulcros ejercicios narrativos protagonizados por pequeños adornos, juguetes y muñecos.
            Variando y mezclando soportes y lenguajes, el dibujo, la pintura, el video, el collage, la fotografía, la artista tuvo en los comienzos de su formación una inclinación notable por el grabado, cuyos rudimentos había incorporado en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación Ernesto de la Cárcova. Instalada en Nueva York desde 1964, donde fundó junto a Luis Camnitzer y José Guillermo Castillo el New York Graphic Workshop, el trabajo gráfico pronto se trasladó a lenguajes en los que los problemas propios del arte conceptual, los de la simulación y la reproducción, adquirieron mayor densidad. De este modo, su trayectoria incursionó en una estética al mismo tiempo hiperrealista y minimalista, que con una economía notable de recursos lograba generar tensiones entre lenguaje y realidad, entre representación y objeto.
            En este sentido, la búsqueda de la artista encontró, a mediados de la década de los 90, en la composición de microcosmos lúdicos, una herramienta de comunicación artística contundente. Mickeys, soldados de plomo, figurines singulares o juguetes de consumo masivo dieron pie a la convivencia del mundo de lo cotidiano con un sentimiento de intemperie, de soledad, de desolación. Dispuestos en escenas mínimas, pero de enorme proyección espacial y sensible, Porter trabaja como una gran escenógrafa, una demiurga silenciosa que monta situaciones que desdibujan las fronteras entre la ilusión y la verdad, entre la fantasía infantil y lo siniestro, entre el juego inocente y la denuncia caústica. A veces dotada de humor, a veces con tono melancólico, en el universo de Porter coexisten la perplejidad con la fascinación.