Obras
Biografía

Buenos Aires, Argentina, 1937 - 2011

 

            El trabajo de Luis F. Benedit trama, a partir de su trayectoria, un discurso que tiene como eje tanto la memoria histórica como la memoria artística. Arquitecto y diseñador, además de artista, forma su sensibilidad al calor del informalismo y la neofiguración pictórica, abrevando también en el imaginario pop. Sin embargo, su obra encontrará su lugar de despegue en el cruce de un conjunto de líneas de trabajo desarrolladas a partir de su interés por la relación entre vida y entorno, entre la conducta y sus condicionamientos. El artista adopta, muy tempranamente en sus trabajos de finales de los 60, un conjunto de problemas formales afectados por la cultura científica, propia del arte de sistemas y el arte conceptual de la época. Como etiólogo, como biólogo, como avicultor, dispone laberintos para ratones, cultivos de hidroponias, panales y flores artificiales; se preocupa por destilar de sus experimentos maneras de exponer información y comunicar procesos; adquiere estrategias para formular preguntas y establecer en el horizonte la idea de que arte y la investigación se alimentan mutuamente.  

            Más tarde, lleva esta preocupación investigativa al mundo de la historia nacional, comenzando por lo rural. Junto con una recuperación visual del universo del “interior” (que irá de lo pampeano a lo patagónico), a través de acuarelas y dibujos, Benedit conforma un inventario de herramientas del campo. Dispone y exhibe en cajas de madera un conjunto de objetos (tabas, cuchillos, mazorcas, tijeras de costrar y de tusar) que desprendidos de sus aplicaciones ordinarias forman parte de un distintivo discurso instalativo que destaca al artista como un observador comprometido por extraer de sus objetos operaciones conceptuales. El juego entre la memoria histórica y la memoria artística se vuelve, así, su marca característica. 

            Su obra focaliza en las zonas de constitución de la identidad nacional y en su iconografía, revisa figuras trágicas de la década del treinta como Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Lisandro de la Torre, y explora los imaginarios más extendidos de la Conquista en los que se imbrican las visiones paradisíacas de El Dorado con el exterminio de las poblaciones nativas de América. Trabaja, a su vez,  con el mundo visual  del ilustrador popular Florencio Molina Campos, del costumbrista Jean León Palliére y de Hipólito Bode, entre otros, mezclando el arte culto con el arte popular. Su trabajo arqueológico, sin los tonos reivindicativos del utopista nostálgico ni la mirada crítica y distanciada del artista cosmopolita, articula, por el contrario, interrogantes sobre las narrativas de lo propio desde perspectivas “extranjeras”. El resultado de esta exploración será inventar formas de ver lo conocido desde los ojos de quien lo ve por primera vez.   

 

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