FUTUROLOGY

Por Lara Marmor
Diciembre 19, 2022
Charly Nijensohn"Dead Forest #8", 2009
Charly Nijensohn"Dead Forest #8", 2009
            Hace sesenta y cinco millones de años se extinguió el último dinosaurio. La caída de un enorme meteorito plagó el cielo de milimétricas partículas. Aunque algunas teorías especulan que la lluvia radiactiva pudo haber sido determinante para liquidar a casi la mitad de las especies que poblaban el planeta, es seguro que la ausencia de los rayos del sol y la expansión de los gases de efecto invernadero fueron los desencadenantes del cambio mortífero.                                                                                                       
            ¿Cuándo una especie había sido afectada en tan poco tiempo, tal como ocurrió con la última expansión viral del SARS-CoV-2? ¿Acaso fue durante el fin del cretácico por el impacto letal del asteroide? ¿En qué momento los humanos nos vimos envueltos en un fenómeno unívoco en un lapso tan acotado? Los avatares políticos y económicos que acompañaron el cambio climático auguraban desde hace décadas una agudísima crisis socioambiental, pero quién podía imaginar que a apenas a cien años de la Conferencia de París, el primer acontecimiento global de la historia[1], marcaría en 2019 no solo el final de una década, sino también (tal vez) de una época.       
                                                                                                   
Clara Esborraz "Sin título", de la serie La hora rota, 2019 
 
            A principios del 2019, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires expuso obras de Clara Esborraz. Era la primera vez que la institución presentaba de manera individual a una artista tan joven. Los dibujos pertenecían a la serie La hora rota (2019). También, ese mismo año, Santiago De Paoli pintó White moon. Con trazos insistentes y frenéticos, hechos con los colores básicos de bolígrafos baratos, Esborraz representó fragmentos domésticos, escenarios íntimos y desoladores por donde corren lágrimas de plantas, lámparas y bombones; en contraposición, con una paleta también sintética pero pastel y pálida, De Paoli dio vida a una luna que fuma y a una jarra hipersexuada.
 
Santiago De Paoli, "White moon", 2019
 
A estas piezas, que podrían ser parte de la gran familia del surrealismo en versión no programática, se suma La fe de los conversos (2005), donde Alberto Passolini pintó dos huesos del cuerpo humano que chispean brillo mientras aplauden a un adonis griego. 
 
Alberto Passolini "La Fé de los conversos - de la serie el movimiento abstracto", 2005
 
            Cómicos y melancólicos, influenciados por ontologías animistas, estos artistas no antropomorfizan, sino que la subjetivación de los objetos podría ser la operación que atraviesa a sus obras. En 2014, la escritora Ursula K. Le Guin dio una hermosa conferenciaen la que abordó la necesidad imperiosa de volver a aprender a vivir en nuestro planeta de manera distinta a la anterior y describió algunas de las misiones que ella creía tenían la ciencia y la poesía (¿acaso el arte?): “Y ahora lxs poetas como lxs científicxs están extendiendo el aspecto racional de nuestra sensibilidad relacional a las criaturas con sistema nervioso y a lo no viviente —ser criaturas en compañía de otras criaturas, ser cosas en compañía de otras cosas—” y continúa más adelante “una forma de dejar de ver los árboles, los ríos o las colinas solo como ‘recursos naturales’ es clasificarlos como seres compañeros. Parentela. Supongo que estoy tratando de subjetivar el universo, porque miren a dónde nos ha llevado objetivarlo”[2]. Giros, movimientos de distanciamiento y extrañamiento permiten ver el mundo de otra manera. Graham Harman, ubicado en las primeras líneas del realismo especulativo, también buscó ampliar y alterar nuestra perspectiva sobre lo no humano al señalar que “percibimos los objetos solamente cuando son disfuncionales en cierto sentido. El foco de luz permanece ignorado hasta que se quema”[3] o cuando llora, lo demuestra la obra de Esborraz.
 
                                                                        
 
            Frente a un panorama que todo (o nada) tenía que ver con cualquier perspectiva del futuro inventada por la ficción o imaginada por el surrealismo, a fines del 2019 un virus desconocido comenzó a circular por el aire, adhiriéndose a la piel humana y a toda superficie terrestre. En efecto, en pocos meses personas, familias, ciudades, países y continentes quedaron aislados. Ni siquiera la afrofuturista Octavia Butler en su saga de parábolas[4],en las que décadas atrás proyectó terroríficamente un futuro de barrios amurallados y presidentes evangélicos, se aventuró a hacer volar microorganismos mortíferos por ciudades devastadas. El cimbronazo del 2019 con las economías del mundo paralizadas, mientras las fuerzas de seguridad controlaban el movimiento de las ciudades, nos encontró en un estado de atomización social inédito, paradójicamente gracias a la brutal interdependencia generada por el capitalismo.
            Estamos cayendo en el vertedero, transformamos el planeta en un basurero desquiciado, nos dice Michael Marder[5]. Y esa sensación de caída libre es la que representó, hacia el 2011, Sebastián Gordín en Días sin episodios 16318, donde misteriosamente se hunden muebles, cuadros y un riel de luz todavía encendido en una escena que es parte de la serie de maquetas en las que el artista dejó encapsuladas por siempre pequeñas catástrofes que transcurren en  bibliotecas y museos, los archivos predilectos del saber.
 
Sebastián Gordin "Días sin episodios 16318", 2011
 
            Un tiempo atrás, Charly Nijensohn, alejado de la fantasía y la metafísica surrealista, produjo Dead forest # 8, un proyecto ambicioso donde registró en video y fotografía el estado de un enorme terreno de la selva amazónica transformado en represa hidroeléctrica para el suministro de electricidad a Manaos. No solo casi dos mil cuatrocientos kilómetros de naturaleza se destruyeron, sino que fueron desplazados los Waimiri-Atroari en pos de la construcción del lago artificial.
Alejado de la narrativa figurativa, también en 2009, Eduardo Basualdo dio forma a La perla y La voz, dos esculturas hechas en alambre de cobre, material con que se realizan gran parte de los cables por ser un excelente conductor de electricidad. De origen magmático o hidrotermal, este metal se extrae del Cinturón de fuego del Pacífico, China y Rusia.  Se estima que si se comenzara a extraer de la misma manera en la Argentina, el ingreso de las exportaciones mineras para el 2030 podría ser tres veces mayor.[6] Estas piezas de doble cara, por la presencia del material en estado crudo y la forma abstracta de las figuras, tienen el poder de transportarnos al terreno de la fantasía y a la vez alertarnos sobre las posibilidades y consecuencias de la explotación masiva de este metal.
 
            Realistas y fantasiosos, Nijensohn y Basualdo realizaron sus obras el mismo año en que Andreas Malm dio a conocer el término capitaloceno. También para estas fechas en Australia se había registrado el peor incendio forestal después de que los termómetros marcaran la temperatura más alta en su historia. Casualmente, algunos días antes de este desastre ecológico se había creado el Bitcoin, la criptomoneda que revolucionaría el mundo financiero. Con o sin metáfora, la imaginación artística desde siempre viene arrojando todo tipo de epifanías sobre el porvenir. Solo se trata de mirar lo que nos rodea desde otras perspectivas. “La fuerza e incluso la belleza de la obra, en cualquier caso, parecen anidar precisamente en lo que no vemos”,[7] escribe con un rotundo voto de confianza en el poder visionario del arte la crítica Graciela Speranza.
 
 
Eduardo Basualdo "La perla", 2009
 
Eduardo Basualdo "La voz", 2009
 
            Si en 2009 se creó una moneda cibernética, diez años antes, en 1999, los asuntos tecnológicos y los esfuerzos económicos estuvieron enfocados en solucionar el error de programación de un software —corto de miras— que, al ser creado, no había contemplado su funcionamiento en el futuro. Se llegó a creer que por este error los sistemas de centrales nucleares, de comunicaciones, hospitales y todas las computadoras podían eclosionar, por lo que para evitar esta catástrofe se invirtió una fortuna en el mundo entero y así, cuando el reloj dio las 00:00 del primero de enero, muchos suspiraron aliviados al comprobar que el error de programación no había llegado a desencadenar el apocalipsis informático. 
            Pero mientras nos acercábamos a fines del milenio, en Argentina las preocupaciones eran mucho más inmediatas, terrenales. El 10 de diciembre de 1999, el radical Fernando de la Rúa asumía la presidencia, cargo al que renunciaría dos años después con el corralito bancario, la muerte de decenas de ciudadanos en manifestaciones y un país detonado por el nivel de conflictividad. Antes del desenlace de la enorme crisis económica, política y social del 2001, Cecilia Pavón y Fernanda Laguna abrieron Belleza y Felicidad (B&F), un local en el barrio de Almagro de la Ciudad de Buenos Aires. Allí vendían suvenires, libros y obras de arte mientras realizaban exposiciones y fiestas con vecinos y artistas. Ese mismo año Laguna pintó Perfecto, de la serie Formas negras parecidas a algo, que expuso por primera vez en B&F. La pintura tiene calada la silueta de un personaje que en lugar de la cabeza lleva una lengua-testículo-lágrima. La obra, como todas las de la serie, es una composición donde se relacionan formas orgánicas caladas que sugieren ser plantas, animales o humanos con figuras geométricas pintadas que absorben elementos del surrealismo y la abstracción geométrica, legado de las vanguardias modernas. Pareciera decir Laguna, con espíritu nihilista, a través de estas pinturas: si la razón es un atributo que lleva a la humanidad al estado  en el que nos encontramos, mejor transformarnos. Desmaterializarnos.
 
                                                                         
 
            El virus, a la par que “puso de manifiesto el agotamiento de un determinado modelo de globalización, cuestionado desde hace décadas por tantos movimientos sociales”,[8] actualizó todas las versiones del fin imaginadas y aquellas por inventar. Fue en el 2000 cuando, además de haber zafado del cibercolapso, Paul Crutzen, Premio Nobel de Química, dio a conocer el término antropoceno para designar la era geológica en la que las actividades producidas por el hombre comenzaron a generar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial. En torno a las novedades que trajo el entrado nuevo milenio, Franco Bifo Berardi identificó “los últimos años de la década del 2010 en la que el caos, el dolor y la impostura se desparramaron por todo el planeta”.[9]  
            Este es el contexto general en el que surgieron gran parte de las obras que conforman este recorrido, producciones que deben dejar de leerse bajo la estela del paradigma estético del arte de los noventa en Argentina y que también se corren del trash que funcionó como vector a partir de los 2000 con el auge instalacionista. Podría tratarse, como describen Viveiros de Castro y Déborah Danowski en ¿Hay un mundo por venir?,de “…esas imaginaciones (que) cobraron nueva vida a partir de los años noventa del siglo pasado, cuando se formó el consenso científico respecto de las transformaciones en curso del régimen termodinámico del planeta”.[10]
            El marco temporal abarca la transición entre milenios hasta llegar a la actualidad y se centra en trabajos cuyas narrativas, materiales o procedimientos se asocian directa o indirectamente con especulaciones distópicas, en las cuales un rasgo fundamental es la ruptura de la representación del tiempo lineal (lo señala Clara Esborraz en La hora rota). Durante este periodo de proyecciones en torno al porvenir se comenzaron a entrelazar el pasado y el futuro en paisajes sin gente o con seres diferentes como los creados en 2016 por Laura Códega y Nicanor Aráoz. Taciturna y solitaria y la mujer arrodillada y con cadenas de la que ebulle plástico de su cuerpo (cuerpo que por su composición material se adelanta y asocia a la visión perturbadora que Cronenberg comparte sobre el cuerpo humano y la intervención del arte en esta transformación en Crimes of the future, estrenada en 2022) son entelequias sin tiempo, sin nada y nadie alrededor.
 
 Laura Códega "Taciturna y solitaria", 2016
 
Nicanor Aráoz "Sin título", 2016
 
            Un mundo con seres diferentes, mundo sin gente y gente sin mundo son tres posibles versiones que representan el paisaje futuro, aunque… qué es el futuro, cuándo es el futuro si “el colapso ecológico ya llegó”. En Adaptación Orilla (2007) Florencia Rodríguez Giles da a conocer una escena de un ritual con seres extraños al interior de una habitación. Allí la  naturaleza no tiene límites para expandirse a todos los rincones del cuarto que ha dejado de estar bajo cuidado humano.
 
Florencia Rodriguez "Giles Adaptación orilla", 2007
 
 Matías Duville, a partir de paisajes como Eso fue un lugar (2010) o Una escena perdida (2007), representa territorios donde la presencia humana ha sido drásticamente borrada del mapa. En cambio, Adrián Villar Rojas en The Theater of Disappearance (2017) retrata en tres dimensiones a una familia que podría ser lo único que queda de las postrimerías de la civilización. Esta instalación exhibida en la terraza del MET en Nueva York fue realizada con materiales inertes. Por antonomasia en su materialidad y emplazamiento recuerda a su primera gran instalación Lo que el fuego me trajo (2008), en la cual transformó en una ruina, a partir de cientos de piezas de arcilla resquebrajada, el subsuelo de su galería en Buenos Aires.[11] 
 
Matías Duville "Esto fue otro lugar", 2010
 
Adrián Villar Rojas "The theater of disappearance (4)", 2017
 
            En una hojita fotocopiada y de poco gramaje, el filósofo Emmanuel Biset, recién llegado de la provincia de Córdoba, repartió entre los concurrentes a su seminario[12] unas palabras que escribió para referirse a La seta del fin del mundo[13] de la antropóloga Anna Tsing:  “Hace falta un compendio de puntos de vistas que nos enseñen a mirar los paisajes actuales del mundo. Un mundo en ruinas que engendra posibilidades. Un trabajo minucioso que ejercite las artes de la observación crítica para atender a cada parcela…, para sin esperanza ni temor pensar conjuntamente las ruinas y las posibilidades. Sin esperanza, sin temor. Aprender lentamente las artes de la observación para encontrar posibilidades en las ruinas”. Briosas, neotrágicas y míticas resuenan estas producciones visuales cuando se enlazan con las palabras de Biset.
 
            En la obra de Nicolás Bacal, La balística del minuto (2017), a modo de péndulo una campana de bronce pasa a escasos milímetros del suelo y marca un monótono movimiento de ida y vuelta. Un tictac, tictac, apesadumbrado que nos recuerda que todo lo que va, vuelve. 
 
Nicolás Bacal "La Balística del minuto", 2017
 
El devenir que afecta a todos los seres sobre la superficie terrestre es expuesto por Analía Sabán y Catalina León. Para ellas las contingencias del espacio y del tiempo son parte sustancial en cuanto intervienen en toda materia viva. Mientras Sabán indaga los procesos que atraviesan los elementos de la práctica artística, como ocurre en Draped Concrete (8 sq ft) (2016), donde una placa de concreto se resquebraja y se pliega por la gravedad sobre la base de un caballete; León en Limbo (s/f) pinta un fragmento de naturaleza sobre el recorte de una placa de Durlock que expuso, como lo hace con la ropa que tiende al sol, a la intemperie, en contacto con la erosión en la terraza de su casa. Las obras de estos artistas, hermanados generacionalmente con los anteriores —todos nacidos en los 70 y a principios de los 80— pusieron en juego su mirada sobre el paso del tiempo, tiempo violento y amenazante que los atraviesa.
 
 
Analia Saban "Drapped Concrete (8 sq ft.)", 2016
 
 
      
Catalina León "Limbo"       
 
            ¿El arte nos despabila? ¿Hay que depositar esta expectativa o entender las obras como fuga que ayuda a vivir a unos y a otros? ¿La potencia metafórica del arte puede ayudar a mirar de otra manera un mundo donde todo, como ocurre con la línea animada y con voluntad propia que excede los límites marcados en Forty years IIB (hand over Line II) (2013) de Liliana Porter, se nos escapa de las manos? Las piezas elegidas forman parte de un juego especulativo en torno al futuro. Son refugio y advertencia; simbolizan y derraman líneas de aproximación al mundo, posibles presentes alternativos o mundos futuros. Nos llevan a mirar otras cosas, nos enseñan a pensar de otra manera. Son misterio y conductos.
 
Liliana Porter "Forty Years IIB (hand, over line II)", 2013 
 
            Si el presente se torna asfixiante y el futuro, tal como lo predicen los científicos, inimaginable, las obras pueden construir distintas experiencias sobre la percepción y configuración del presente y del futuro. Algunas obras sensibilizan o, diría Vinciane Despret[14] cuando nos enseña a mirar a los pájaros, vuelven deseables otros modos de atención; alertan o alteran, ponen en escena el pasado, presente y futuro, modificando nuestro registro del tiempo y también del espacio. Pivotean entre el ensueño y la violencia, anulan distinciones entre lo vivo y lo muerto, la naturaleza y la cultura, lo humano y no humano, la fantasía y lo real. Dan cuenta de un tiempo de transición, nos aproximan hacia otras formas de estar, señalan la distancia con el mundo anterior. “Libertad es saber huir de los fantasmas”, citó a Anna Tsing con entusiasmo y en voz alta Emmanuel Biset al final de su seminario. Las piezas que hacen hoy a este recorrido dan forma a lo inimaginable, nos fortalecen a la vez que vivifican las fantasías.
 
 
                                                                                                                                          Noviembre 2022
 

[1] Berardi, Franco (2021). La segunda venida. Buenos Aires: Caja Negra, p. 96.

[2] Extracto de la conferencia realizada en el marco de las jornadas “Anthropocene: Arts of living on a Damaged Planet”, en la Universidad de California, traducida y publicada por la Colectiva Materia en Cuadernos materialistas Nº7, 2021.

[3] Harman, Graham (2015). Hacia el realismo especulativo. Buenos Aires: Caja Negra, p. 91.

[4] Butler, Octavia E. (2021). La parábola de los talentos. Madrid: Capitán Swing (primera edición en inglés, 1993) y Butler, Octavia E. (2021). La parábola del sembrador. Madrid: Capitán Swing (primera edición en inglés, 1993).

[5] Marder, Michael (2022). El vertedero filosófico. Barcelona: Ned Ediciones.

[6] Colombo, Alejandro (2021). “El cobre, una ventana de oportunidad única para Argentina”. Recuperado de: https://panorama-minero.com/noticias/el-cobre-una-ventana-de-oportunidad-unica-para-argentina/   

[7] Speranza, Graciela (2022). Lo que vemos, lo que el arte ve. Buenos Aires: Anagrama.

[8] Svampa, Maristella y Viale, Enrique (2020). El colapso ecológico ya llegó. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 13.

[9] Berardi, Franco (2021). La segunda venida. Buenos Aires: Caja Negra, p. 14.

 

[10] Danowski, Déborah y Viveiros de Castro, Eduardo (2019). ¿Hay un mundo por venir? Buenos Aires: Caja Negra. P.21.  

[11] Realizada en Ruth Benzacar Galería de Arte.

[12] Seminario “Leyendo a Eduardo Viveiros de Castro”, organizado en 2022 en el Centro Cultural Kirchner en el marco del Proyecto Ballena, coordinado por Liliana Viola y Pablo Schanton.

[13] Publicado en español en 2021 por Capitán Swing.

[14] Despret, Vinciane (2022). Habitar como un pájaro. Buenos Aires: Cactus, p. 12-13.